sábado, 10 de octubre de 2020

Estrellas y Borrascas de Gastón Rebuffat, y Alimentar a la bestia, de Al Álvarez

No suelo leer literatura de montaña, por el mismo motivo por el que no suelo admitir recomendaciones de lectura o que me regalen libros: para mí, ambas cosas, los libros que leo, y las montañas que escalo, son un camino personal. Sin embargo, por consejo de un miembro de mi club de montaña, prestigioso y experimentado, me animé hace años con algunos clásicos como "Montañas de una vida", de Bonatti. Y desde entonces vuelvo de vez en cuando a este género, pero siempre desde los clásicos y con obras seleccionadas.

Hoy escribo esta reseña de dos libros que me han acompañado esta dos últimas semanas, durante un periodo de dolor personal en el que ni siquiera he podido salir a la naturaleza a evadirme y aclarar mis ideas. Han sido compañeros intelectuales que me han evocado los disfrutes y sufrimientos de la montaña en su estado más puro, y me han proporcionado el ansia por volver a anudarme la cuerda en el arnés y compartir esas experiencias con un buen amigo. Me han hecho falta, y ahí han estado, fieles, sabiendo estar a mi lado para acompañarme y calmar mi dolor sin inmiscuirse en mis sentimientos. Como los buenos amigos. 


"Estrellas y Borrascas" es un librito breve pero de una lectura intensa y emotiva. Rebuffat sabe poner en valor su proeza de haber escalado por primera vez las seis caras norte más prestigiosas de los Alpes, con una humildad y humanismo que vibran en cada palabra. Al escribir, dedica largos y hermosos párrafos a la amistad compartida en las dificultares, o al sobrecogimiento ante el espectáculo grandioso de la montaña, y, sin embargo, despacha en un par de frases auténticas muestras de heroísmo y resistencia al límite, que quizá sólo quién se ha visto en situaciones parecidas podría realmente apreciar. Alpinismo destilado en estado puro.

"Alimentar a la bestia", la semblanza que le regaló Al Álvarez a uno de sus mejores amigos, "Mo" Anthoine, uno de los mejores alpinistas británicos de la historia, es tan fácil de leer como el anterior, y más accesible para el profano. Álvarez emplea con profusión el viejo truco británico de enaltecer al enemigo, en este caso, los desafíos alpinísticos que enfrentó Mo, para engrandecer al vencedor, pero sin utilizar ninguna dialéctica competitiva ni siquiera a nivel deportivo, algo que el propio Mo detestaba. Algún destello de típico humor británico, ingenioso pero un poco negro y cínico, decora la narración y al propio personaje.


Cierro con algo que puede sonar extraño: darle las gracias a unos libros, a unas narraciones desconocidas para mí hasta ahora y que salieron de la imaginación de personas que ni siquiera pudieron concebir que yo existiera, y las leería. Su acompañamiento quedará en el recuerdo no sólo por sí mismas, sino además por el momento difícil que viví cuando disfruté de ellas. Gracias.