domingo, 29 de octubre de 2023

The Status Game, de Will Storr

Este libro llevaba mucho tiempo en la lista de deseos. Había encontrado diversas referencias sobre él en otros autores relacionados con el comportamiento organizacional y el impacto de la tecnología en la sociedad. Storr, un exitoso escritor de obras divulgativas sobre temas científicos, logra un libro denso, profusamente documentado, pero que se puede tomar a píldoras, sobre nuestra lucha por el estatus y cómo ello nos define. Sus premisas podrían resumirse en:

  • Nuestra vida es juego; no podemos evitar jugar; el juego está en nosotros, nos define. Estas aseveraciones me recordaron al Homo ludens de Huizinga. Este juego es la lucha por el estatus dentro de los grupos humanos en los que estamos inmersos.
  • La base de ello es que cuanto mayor sea nuestro estatus relativo entre la gente que nos rodea, maximizaremos nuestro potencial para sobrevivir y reproducirnos... lo cual nos lleva a la teoría de la evolución por selección natural (véase Evolución para todos, y El gen egoísta).
  • Existe otro nivel en el juego: nuestros grupos compiten con otros grupos. Cuando nuestros grupos ganan, ganamos nosotros; y si pierden, perdemos con ellos. Nos convertimos en los juegos que jugamos.
  • Aún hay más: nuestro propio cerebro nos proporciona historias creadas a medida para explicarnos por qué unos están por encima de nosotros, y otros por debajo.

El resto del libro, hasta el último capítulo, son una sucesión de casos que demuestran que existen tres tipos de juegos de estatus en la especie humana: dominancia, virtud y éxito. Además, nuestro cerebro está perfectamente equipado para hacernos sentir mejores que los demás, determinar nuestro estatus relativo a través de símbolos y valores asociados, e incluso calcularlo a través de la voz y del lenguaje corporal de nuestros compañeros jugadores. Este mecanismo nunca se apaga, y funciona siempre en formato "concurso". Hay reglas basadas en nuestra herencia genética, y otras adquiridas durante la infancia desde la cultura en la que crecemos; no hay manera de escaparse, dejar de jugar.

El juego de estatus del dominio se basa en la coerción de otros jugadores mediante la fuerza o el miedo; el juego de estatus de la virtud se gana mediante la obediencia y cumplimiento de un conjunto de reglas establecido en el grupo de referencia; finalmente, en el juego de estatus del éxito se progresa mediante la obtención de logros asociados a una habilidad, talento o conocimiento específico. Obviamente, la realidad es más compleja, y los juegos que jugamos suelen tener componentes de estos  tres tipos de juegos.

A partir de esta tesis, el libro despliega toda una serie de casos reales, investigados con profundidad y apoyados con múltiples referencias científicas, que la demuestran. Storr hace un trabajo de orfebrería al lograr que las notas académicas no interrumpan el fluir de la lectura, y aporta decenas de apoyos documentales, listados con detalle al final de la obra. Cada capítulo es más sombrío que el anterior, dejando cada vez menos espacio para la posibilidad de un libre albedrío y una concepción del hombre que permitan escapar del juego de estatus. El penúltimo, que describe el régimen soviético del s.XX como el summum de todos los juegos de estatus alcanzado por la civilización humana, es especialmente claustrofóbico y desesperanzador.

El autor, una vez que nos ha dejado sin aire existencial para aspirar a una vida libre de los juegos de estatus, intenta dar un cierre positivo al libro con un último capítulo con una serie de consejos. ¿Podemos escapar del juego de estatus? No podemos. Entonces, si además existen toda una pluralidad de juegos posibles, ¿cómo podemos saber que estamos jugando los juegos de estatus correctos? Y, una vez que los estamos jugando, ¿cómo podemos obtener lo que queremos? Aquí Storr, como resultado de sus investigaciones, nos propone siete reglas. No voy a enumerar todas aquí, pero destacaré la primera, y la última:

  • "Practicar la amabilidad, la sinceridad y la competencia". Todos, instintivamente, nos hacemos dos preguntas al conocer a alguien nuevo: "¿Cuáles son sus intenciones?", y "¿Qué capacidad tiene para alcanzarlas?". Cuando somos amables, estamos diciendo que no vamos a jugar al dominio; cuando somos sinceros, expresamos que queremos jugar un juego justo; cuando somos competentes, dejamos claro que no sólo somos útiles para nosotros mismos, sino también para los demás. Pero,¡cuidado! históricamente, los líderes que han tenido éxito lo han logrado contando una historia que demostraba a sus compañeros de grupo que merecían más estatus que los demás.
  • "Nunca olvides que estás soñando". Saber que estamos jugando ya nos proporciona una sabiduría mayor que, sencillamente, ser parte del juego sin ser consciente de ello. Por ejemplo, alcanzada una edad, no tiene sentido jugar contra los jóvenes en juegos de juventud: lo que hay que hacer es, basándonos en nuestra experiencia, encontrar nuevos y mejores juegos. También debemos ser conscientes de nuestra propia vulnerabilidad, y lo fácil que es dejarse arrastrar por nuevos juegos, especialmente los establecidos por la élite de la sociedad a la que pertenecemos. Finalmente, los juegos de estatus son una gran trampa, y nadie es capaz de ganarlos de manera absoluta: es un mito. El sentido de la vida no es ganar, sino jugar.

Personalmente, el libro me resultó difícil de leer, por dos motivos: está escrito en un inglés rico y culto, alejado del habitual inglés limitado y pragmático de mi trabajo como consultor; y parece un empeño del autor demostrar que, no importa el juego de que se trate, siempre puede radicalizarse y acabar siendo destructivo para sus jugadores. Respecto al primer punto, poco podía hacer que no fuera seguir leyendo con un diccionario a mano; respecto al segundo, creo que al libro le faltarían algunos ejemplos en los que los juegos de estatus hayan tenido un resultado positivo para sus jugadores o la humanidad en general. Por ejemplo, la lucha por el prestigio que mueve a muchos científicos puede degenerar en prácticas poco éticas, pero empuja a la ciencia en perseguir objetivos cada vez más ambiciosos, ampliando nuestro conocimiento sobre el mundo.