martes, 7 de agosto de 2018

Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline

Ya había oído mucho de Céline (Louis-Ferdinand Auguste Destouches, en realidad), así que ya era hora de darle un tiento. Su halo de escritor maldito le daba el atractivo necesario para buscar un hueco en la pila de lecturas pendientes. En Francia sigue siendo una figura muy controvertida, incluso muchos años después de su muerte, por su abierto antisemitismo y filonazismo. Por mi parte, había acumulado ya muchas referencias que hablaban de él pero, sobre todo, de su obra más importante, "Viaje al fin de la noche".



Como siempre me pasa cuando doy con una obra que realmente merece la pena, encontré tiempo donde no lo había para disfrutar de su lectura. Céline crea una historia autobiográfica, aunque sin dejar claro cuánto es real y cuánto es ficticio, con un lenguaje muy ágil y directo. He leído muchas reseñas que hablan de lo obsceno y descarnado de su lenguaje, pero, cuando cualquiera de nosotros habla consigo mismo en su interior ¿pone en realidad el filtro de la educación y el decoro a sus palabras?

En todo caso, creo que el tono narrativo y la profundidad de sus reflexiones sufren altibajos a lo largo de la novela, alternando partes inolvidables con largos relatos o reflexiones que, en mi opinión, no aportan demasiado a la obra:

1. El primer capítulo, sobre la participación del alter ego de Céline, Ferdinand Bardamu, en la Primera Guerra Mundial me parece antológico: el primer intento auténtico de expresar de verdad lo que un soldado puede sentir dentro de la trituradora de seres humanos que es una guerra. Es un contrapunto estético y ético perfecto de "Tempestades de Acero", de Ernst Jünger.

2. El episodio en el que Ferdinand se hace cargo de una delegación colonial francesa en África es todo lo que esperaba que fuera "El corazón de las tinieblas", de Joseph Conrad, y que no fue a fuerza de elipsis y recato. ¿Que Conrad sugiere lo suficiente, bastando lo que contó? Podría ser y, sencillamente, no llegué a conectar con su novela. Pero Céline es implacable en todo lo sucio, chabacano, anti-idealista que pudo tener la presencia europea en África, sin adornar lo miserable que era la vida de los indígenas, con europeos explotándolos o no.

3. El episodio de Toulouse pierde mucho interés: mi sospecha es que Céline busca expurgar o expirar un hecho real, delictivo y mezquino, a través de la literatura. El caso es que esta parte no llega a provocar la tensión, el asco existencial que Céline lograr transmitir en otros momentos de la historia.

Dentro de su prosa rápida, acuciante, Céline nos deja trallazos de lucidez descreída que hieren nuestra bonhomía con destellos de realidad desnuda, cínica, que nos deja sin palabras para defendernos, para reivindicarnos como especie.


Por terminar: dentro de mi recorrido literario, "Viaje a final de la noche" encajaría  en la corriente de la "voz interior": llena un hueco cronológico en mis lecturas entre el último capítulo del Ulises de James Joyce, los Trópicos de Henry Miller... y los beatniks de "En el camino" de Jack Kerouac o cualquier obra de Charles Bukowski. Al escribir esto me doy cuenta de que el más grande sería Joyce, que fue capaz de expresar esa voz interior en un personaje que nada tiene que ver con él como persona; por el contrario, el resto, con distintas mezclas de ficción e historia personal, vuelcan sus propias reflexiones y sentimientos sobre un fina línea entre lo real y lo ficticio.

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