sábado, 16 de octubre de 2021

Escalada en Picos de Europa, 2021, con David Nadal

Volvemos a ser fieles a nuestra cita estival, nuestro pequeño paréntesis semanal de cada año en el que podemos dedicarnos al 100%, física y mentalmente, a esta pasión nuestra de subir montañas "por donde no es". Me gusta escribir estas crónicas pasado un buen tiempo porque así se destilan las cosas importantes que quedan de estas aventuras, que son, al fin y al cabo, las que nos empujan a volver.

Esta vez decidimos repetir Picos de Europa, pero cambiando de macizo: iríamos a subir Peña Santa, un antiguo sueño mío, y alguna actividad alrededor de Collado Jermoso. Inicialmente, contábamos con Álex para acompañarnos, y las escaladas alrededor del macizo del Llambrión parecían asequibles para todos.

Lo cierto es que todo el plan adquirió un tono más montañero que escalador, con largas aproximaciones, un par de vivacs, otras tres noches de refugio, y muchos metros de desnivel.

Esta vez todas las fotos están reunidas en un sólo álbum, 20210809-15 Picos de Europa con David.

Más o menos la cosa fue así:

  • Peña Santa de Castilla por Sur Clásica (600m, V+, croquis en Vía Clásica). Tras pernoctar en Vegabaño (lleno hasta los topes, aunque cenamos como reyes) después de la ruta en coche desde Madrid, empleamos la mañana en una aproximación sin prisa pero sin pausa a Vega Huerta. La tarde se fue en descansar lo posible huyendo de un sol de justicia, cuidando hidratación y alimentación, y visualizando la aproximación a la vía que haríamos sin sol al día siguiente.

Y así, fue: logramos poner el primer pie de gato en la primera presa a las 07:00 AM en punto, tras una noche prácticamente sin dormir, madrugón, desayuno, preparación y aproximación con frontales.

Desde el principio ambos escalamos con fluidez, sin prisa pero sin dudas, con pocas vacilaciones de orientación (alguna en la trepada por la canal hasta la chimenea). Ya tenemos oficio, y se nota: bebemos y comemos constantemente sin interrumpir el ritmo de la escalada, en las reuniones todo se realiza con diligencia, montando pocos líos con el material o las cuerdas, y en los pasos difíciles echamos ese punto de decisión que hace economizar un tiempo precioso.

Total: 6 horas y 30 minutos en hacer cumbre, mejorando bastante las 8 horas que teníamos previsto. Lo más bonito de la escalada fue el contexto que nos rodeaba, una montaña inmensa llena de picos, canales, placas, fisuras, chimeneas, neveros... un mundo en sí mismo. A nivel más técnico, el muro final de canalizos es puro disfrute: incluso empuja a buscar zonas menos evidentes para mantener el nivel de "pimienta" en la ascensión.

Tras la media horita de rigor en la cumbre mirando el paisaje, haciendo fotos y comiendo a gusto, bajamos por la ruta normal, la Canal Estrecha, que requiere buena dosis de orientación y habilidad montañera. ¡Más difícil es subir esta montaña en botas por la  normal que escalando con gatos! Empleamos las 4 horas que teníamos pensadas según habíamos estudiado croquis y reseñas. En La Forcadona tentamos a la suerte yendo por el último nevero, con la fortuna de encontrar una bajada a la rimaya en buenas condiciones.

Esa misma noche pernoctamos también en Vega Huerta y, al día siguiente, descenso a Vegabaño y desplazamiento en coche a Caín, donde nos alojamos en El Diablo de la Peña, un sitio donde siempre me ha gustado por lo cómodo y limpio del alojamiento, el servicio y lo bien que se come.

  • Vía de los Canalizos a la Torre de la Palanca (180m, V, croquis en Arcoguía). Esta pequeña joya era la que teníamos reservada para que Álex pudiera compartir cuerda con nosotros.

Tras dormir en Caín, dejamos el coche en Cordiñanes, previendo el descenso del último día desde el refugio, y cogemos un taxi que nos deja cómodamente en el Cabén de Remoña. Desde ahí, empleando la mañana sin agobios ni rodeos, llegamos a Collado Jermoso a la hora de comer. Como en el caso de Vega Huerta, aprovechamos la tarde para descansar y disfrutar del paisaje, aunque la masificación del refugio y sus alrededores le quiten bastante sentimiento a la cosa. Jermoso en verano es una constante romería, y las tiendas de campaña se multiplican cada año en cada mínimo rellano que pueda tener el collado. El grifo de cerveza no descansa en todo el día.

Al día siguiente, madrugamos relativamente, respetando el primer turno de desayunos, y al lío. Tras una aproximación incómoda por el acarreo de piedra, llegamos a la base de la vía sin problema. David abre la escalada por el desplome inicial con decisión y yo me hago el largo 2 por la famosa travesía, expuesta pero fácil. David vuelve a coger los trastos en el largo 3, el más disfrutón de la vía, y yo corono tras hacer el L4 complicándome la vida a posta en un pequeño desplome.

Está claro que nos quedamos con ganas de más. Podríamos haber seguido escalando por esos tubos de órgano y afiladas crestitas otros tantos largos, pero la vía se acaba ahí. Como complemento, nos subimos a la Aguja de la Palanca, en una escalada breve pero con su puntito: un solo largo de carácter más alpino, sin recorrido claro y roca de calidad dudosa. Una pena que no se aprecie mientras escalas el pasmoso desplome que hace la aguja contra la ladera de la Torre de la Palanca: probablemente unos 70m de caída a plomo sobre los que uno avanza sin darse cuenta.

Para redondear la jornada, nos hacemos los 200m que nos restan hasta la cumbre de la Torre de la Palanca, donde las vistas son espectaculares sobre los macizos central y occidental de Picos de Europa. Incluso me tiro el pisto de nombrar todos los picos que reconozco en un video 360º desde la cumbre.

Tras un buen ratillo disfrutando de las vistas, emprendemos la bajada. Como ya me pasó hace tiempo (Picos de Europa 2010 - D2 - La Palanca), no vimos un desvío brusco a la derecha que hace la vía normal al bajar, y avanzamos por una pedrera muy empinada e incómoda que finalizaba en un embudo que tuvimos que destrepar. Con el sol, el cansancio, el polvo y las piedras, la verdad es que fue una prueba de resistencia. A partir de ahí, en todo caso, todo era ya fácil hasta el refugio, donde pagamos con ganas la ducha y remoloneamos hasta la cena. Por supuesto, nos acercamos de nuevo a ver el atardecer contra el macizo occidental, aunque esta vez tampoco pudimos contar con el famoso mar de nubes. Increíble la presión de la gente por encontrar el mejor sitio: cada nuevo grupo que llegaba se ponía delante de los anteriores para mejorar la vista.

Ésta es la tercera vez que estaba en Jermoso, con la ilusión de repetir las mismas sensaciones que las dos ocasiones anteriores. Sin embargo, el nivel de masificación de todo el lugar, no sólo del propio refugio, sino también de los alrededores, estropeó la experiencia y, honestamente, me han quedado pocas ganas de volver por allí en breve. Ya veremos si repito cuando Isabela, mi hija, se anime a subir conmigo.

Finalmente, tras una noche de refugio (ruidos, ronquidos, toses... y más cosas), desayunamos y emprendimos la bajada, preciosa a primera hora de la mañana, hasta nuestro coche en Cordiñanes. Desde ahí, con una pequeña parada en Carrión de los Condes para comer, llegamos hasta Madrid.

Esta vez no tengo unas lecciones aprendidas claras, como sí las tuve en anteriores salidas. Las vías de escalada en sí mismas estaban dentro de nuestra zona de confort, y muchas cuestiones pequeñas estaban bien resueltas gracias a la experiencia ganada en las anteriores actividades. Quizá mejoraría alguna cosa respecto a la comodidad de los vivacs que hicimos en Vega Huerta, por descansar de verdad al 100%. Y está claro que tenemos que buscar desafíos mayores para seguir sintiendo esa emoción especial que nos hace querer meternos en problemas una y otra vez.

Como en años anteriores, ¡David, camarada, hasta la próxima en verano de 2022!

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