sábado, 9 de julio de 2022

La forja de un rebelde: (III) La Llama, de Arturo Barea

Tercer tomo y último de la trilogía. Empieza con una mudanza familiar al pueblo de Novés, y acaba con la salida de Francia de Barea y su pareja tras haber huido en los últimos episodios de la Guerra Civil Española.

Curiosamente, siendo el libro que trata pasajes más dramáticos para el escritor, su lectura no me ha llegado a llenar como los tomos anteriores: probablemente, porque conocía con antelación la historia que cuenta. Hay cosas comunes: las mismas faltas lingüísticas y los mismos personajes arquetípicos, tan perfectos en su perfil que parecen personajes de juegos de rol, por ejemplo. También el episodio de Novés suena extraño: mover a la familia en bloque a un pueblo de Toledo sin ningún arraigo previo, manteniendo el trabajo en Madrid, a más de dos horas de transporte penoso, no parece una decisión racional. Cierto es que así se le simplificaban las cosas a Barea con su amante, pero, igual que hay personajes tallados a medida, la historia de la familia en Novés parece creada para explicar cuál era la dinámica social en cualquier pueblo de España en esos años. En todo caso, se podría considerar veraz y, de ser cierta al cien por cien, sin duda demostraría que la mecha del conflicto estaba ya prendida casa a casa, localidad a localidad.

El relato se vuelve frenético, acuciante, tanto en el comienzo del conflicto en julio de 1936, como en la defensa a la desesperada en Madrid en noviembre, tras la huida del gobierno a Valencia. Hay una pulsión especial en contar estos acontecimientos en primera persona, con la credibilidad y la memoria de haber sido parte de ellos, de haberlos vivido en sus carnes. Aunque conocía de sobra los eventos de aquella  defensa numantina e improvisada, sólo en esta obra he percibido el milagro de heroísmo, azar y voluntad colectiva que fueron aquellos momentos.

Cuando Barea brilla más como escritor es describiendo sus penosos días en el edificio de Telefónica como censor de la prensa extranjera en Madrid, y su enamoramiento de Ilsa Kulcsar, que le acompañaría en el exilio y se acabaría convirtiendo en su segunda mujer. Hay pasajes de introspección psicológica que, aunque desesperan porque ralentizan la acción en pasajes intensos, muestran un escritor más maduro, con más recursos y mayor expresividad.

Otro aspecto de la guerra que conocía era la toma del control de los resortes internos del gobierno por el partido comunista, especialmente por los comisarios enviados por la Unión Soviética, en la segunda mitad de la guerra. Mi opinión es que Negrín asumió esto como un mal necesario para contar con los recursos soviéticos y la estructura que proporcionaba a las fuerzas militares republicanas; se trataba de  aguantar a toda costa para llegar hasta la gran Guerra, inexorable, que iba a involucrar a todas las potencias europeas. Una apuesta que no tuvo éxito, como sabemos. El caso es que, con esa toma de control, tanto Arturo como Ilsa caen en desgracia dentro del aparato del gobierno, y viven una serie de difíciles circunstancias que les hacen viajar a Valencia y a Alicante, primero, y exiliarse a Francia y a Inglaterra, después.

Hacía tiempo que tenía pendiente leer una historia personal sobre la Guerra Civil, y Arturo Barea me la ha brindado, junto con muchos precedentes históricos de este país en las décadas previas a través de su autobiografía. Su relato es transparente: las opiniones personales del autor son claras, y no busca convencer ideológicamente al lector. Por todo ello: gracias, don Arturo. Y pensar ya en la siguiente obra sobre nuestra Guerra: puede que Max Aub sea el siguiente elegido.


No hay comentarios: