Antígona, hija del rey Edipo, hermana de Ismena, Etéocles y Polinices, toma la decisión de dar correcta sepultura a Polinices en contra de la orden de Creonte, reciente tirano de Tebas, que había dictaminado dejar su cadáver a las alimañas. Polinices había intentado conquistar Tebas con la ayuda de sus aliados argivos contra su hermano Etéocles, sin éxito, y encontrando la muerte en la batalla; de ahí el castigo de Creonte. Al oponerse a su orden, Antígona sabe que será condenada a muerte, pero considera más elevada la ley de la familia que la de la ciudad, personalizada en la voluntad del tirano.
Curiosamente, no me queda clara la justificación de Antígona para sus actos: en la primera parte de la obra, parece acogerse a la tradición y al amor a la familia en contraste con la razón de estado siguiendo un argumento que siento humanista. Sin embargo, a medida que avanza la obra, tanto la protagonista, como otros personajes y el propio coro, cada vez hacen más uso del argumento de la voluntad trazada por los dioses, contra la que poco puede hacer nadie, ni siquiera un tirano que se considera cargado de razón, sin encontrar su propia desgracia.
Me gustaría pensar en una Antígona más individualista, defensora de la familia y, también, de su propio criterio; recurrir a los dioses para su heroico acto es deslocalizar los motivos, llevarlo fuera de sí, volver a ser títeres de una comedia cuyo hilos manejan otros sin parar en el sufrimiento humano.
¿Alguna vez podré volver al ensayo de Steiner con la mochila cargada de todas las herramientas necesarias, y la motivación necesaria? Si se interponen los idealistas alemanes, creo que no. Tendremos que visitar otras costas en este periplo, que nos proporcionarán otras riquezas distintas.
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