martes, 15 de agosto de 2023

El reino del lenguaje, de Tom Wolfe

Mi admiración como intelectual sin pelos en la lengua de Noam Chomsky, y algunas cuantas reseñas favorables, me hicieron llegar a esta obra de Wolfe, la última antes de su muerte, si estoy bien informado. Wolfe, como buen periodista que huele una buena historia, aprovecha la controversia actual entre académicos sobre el origen del lenguaje para hacernos una crónica ágil, aunque llena de detalles, de las primeras dificultades de la teoría de la evolución, y del actual conflicto entre lingüísticas acerca del origen del lenguaje en la especia humana.

En la primera parte, Wolfe nos desmitifica a Darwin, haciendo justicia sobre la aportación de Alfred Russel Wallace a la teoría de la evolución de las especies por selección natural. Describe todas las dificultades de la teoría, sus defensores y detractores, a lo largo de la Inglaterra del s. XIX. La crónica finaliza cuando todos los involucrados, a favor y en contra, tienen que reconocer que no pueden dar una explicación al nacimiento del lenguaje en la especia humana, o encuentran algunas muy poco plausibles.

En la segunda parte, Wolfe analiza la revolución que supuso la aparición de Noam Chomsky en la lingüística, dotándola de un enfoque matemático, y defendiendo la aparición innata del lenguaje en todos nosotros, común a todas las personas, no importa qué lenguas hablen. El auto se ensaña especialmente en el rol de intelectual que Chomsky asumió a partir de la Guerra de Vietnam, y cómo eso le dotó de un segundo halo de autoridad que admitía poca diferencia de opinión. Y, este escenario de dominio absoluto de Chomsky, llega Daniel Everett, lingüista casi por casualidad, que estudió durante más de veinte años a la tribu pirahã en lo más recóndito de la selva amazónica de Brasil, que tira por tierra todos los postulados de Chomsky sobre el innatismo del lenguaje y la existencia de un mecanismo común a toda la raza humana, la recursividad, que nos una estructura común a todas las lenguas. La lengua de los pirahã no tiene ni pasado ni futuro, ni palabras para designar a los colores, ni oraciones subordinadas; como sociedad, carecen de jerarquía y estructura social, apenas hacen herramientas, y llevan a cabo una crianza de sus niños bastante "despreocupada". La base fundamental de los planteamientos del tótem Chomsky saltando por los aires. Y desde Everett, la lingüística ha dejado de ser una disciplina científica tranquila, de despacho, para tener que salir ahí afuera a investigar y estar dispuesto a cruzar espadas con otros compañeros de profesión.

Y, a todo esto ¿qué opina Wolfe? Pues tampoco queda muy claro. Parece resolver la disputa empleando el concepto de mnemotecnia, tan viejo como los primeros filósofos griegos clásicos, pero, en los párrafos finales, descarta que algo tan especial como el lenguaje puede haberse desarrollado por "mera" evolución de la especie.

Lo cierto es que, con una prosa ágil, tocando con solidez desde los palos más académicos hasta las expresiones más coloquiales, Wolfe nos lleva casi flotando por dos controversias científicas que, sin su talento, habrían sido mucho más áridas, y menos interesantes. Pero, al acabar el libro, uno se queda con la sensación de haber leído un buen artículo periodístico, de calidad, típico de las revistas top-notch, pero un poco más largo: una larga y dulce golosina que, al final, tampoco deja un sabor que vayamos a recordar en el futuro. Supongo que es uno de los efectos del "nuevo periodismo", de esa mezcla entre literatura y periodismo que Wolfe, entre otros, trabajó con gran éxito durante la segunda mitad del siglo XX.

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