domingo, 27 de agosto de 2023

España Invertebrada, de José Ortega y Gasset


Qué decepción. Leí este ensayo de Ortega y Gasset hace ya muchos años, siendo más joven, buscando claves que me ayudaran a entender el puzle que era entonces, y es ahora, España. Algunas de mis referencias culturales hacían alusión a España Invertebrada como un intento lúcido de explicarnos, con claves que todavía se mantenían vigentes ochenta, noventa años más tarde. El poso que quedó en mí de aquella primera lectura fue positivo, aunque con la sensación de que la explicación era incompleta.

Pero tras esta segunda lectura, con la madurez ganada en mi recorrido intelectual, sólo me queda un sentimiento de decepción. Algunos motivos:

  • Respecto a la invertebración, Ortega hace una serie de juicios sobre la integración de los diversos reinos que compusieron "las Españas", llegando a los movimientos separatistas de vascos y catalanes. Sin duda, Castilla arracimó al resto de territorios y sensibilidades nacionales cuando el viento venía de popa: Castilla, con la conquista de Granada, las victorias sobre Francia en Italia, y el descubrimiento de América, era un reino con un impulso y recursos a los que los demás sólo podían, ¿o querían? sumarse. Los Reyes Católicos fueron un punto de inflexión. Pero de ahí a que, cuando el viento cambió a la contra, afirmar como hace Ortega que "Castilla ha hecho España, y Castilla la ha deshecho", me parece un salto con tirabuzón poco argumentado en la obra, y cae en el ventajismo de apalear al cadáver que ya no puede hacer nada para evitarlo. ¿Qué fuerza desintegradora puede tener Castilla, la que, según Machado, estaba "envuelta en sus andrajos"? ¿El desastre del 98 tuvo un único culpable político? Una vez unificada la soberanía (si se puede expresar así) con los Austrias, que no el gobierno, que era polisinodial, Castilla soportó durante siglos, prácticamente en solitario, el andamiaje del imperio, con presiones fiscales siempre crecientes, con aportaciones de recursos constantes: tanto las levas periódicas que barrían con la juventud del pueblo castellano, como la dedicación de sus nobles a las ambiciones de sus reyes. Mientras tanto, su economía destrozada por el expolio americano, las deudas con los prestamistas extranjeros, y las medidas macroeconómicas erróneas (devaluaciones, defaults) iban secando Castilla año a año. Cuando la estrella de nuestro hegemon decayó, como decaen todos finalmente, los compañeros interesados de viaje, que poco ayudaron en su devenir, decidieron que quería caminar por su lado. Nada que criticar al respecto; pero me parece cobarde echar la culpa a Castilla de esas fuerzas centrífugas.
  • En realidad, sobre la invertebración de España trata la primera mitad del ensayo; la segunda mitad, Ortega y Gasset vuelve a su tema preferido, "las masas", achacándoles los principales males políticos no sólo de España, sino de todo Occidente. Ya leí opiniones parecidas en Campoamor. Pareciera que Ortega dijera, "yo soy élite, y me debéis hacer caso, que vosotros no podéis saber qué es lo mejor para todos". En el extremo, dentro de una democracia, llegaríamos al famoso "es que votáis mal", achacado a Vargas Llosa, pero blandido, con diversos matices, por cualquier partido político cuando los resultados no le acompañan. Es como si la historia de España fuera un movimiento de péndulo entre el "qué buen vasallo sería si tuviera buen señor" del Cid, y una especie de "qué buenos señores tendríamos si tuviéramos mejores vasallos", de Ortega y seguidores. Y, mientras tanto, la historia es lo que pasa mientras cruzamos espadas dialécticas inanes entre el hoi oligoi y el hoi polloi.
  • Ortega busca en la historia de España las raíces de nuestros males, más allá de la invertebración, y aquí hace una serie de juicios que basa en su propio criterio, sin aportar argumentos históricos de apoyo. Llega a la Edad Media y al debate sobre la existencia de auténtico feudalismo en España o no. Debo reconocer que achacar la raíz de nuestro problemas a que, en el sorteo del hundimiento del imperio romano, nos tocaran "los godos malos", me pareció traído por los pelos. 
  • Es gracioso cómo, en las últimas páginas del ensayo, y como de refilón, Ortega incluya un aspecto importante de la sociedad española que, dado el poco espacio que le dedica, le debió parecer secundario: el desprecio por la cultura y la ciencia de las clase alta y media-alta (burguesa) de España, tanto en Castilla como en el resto de regiones. Esto lo he podido experimentar en primera persona: se desprecia el conocimiento, en general, como señal de baja estofa, como su fuera una dedicación menor, no merecedora de atención y cuidado como sí lo merecen el dinero o la clase (nobleza). Quizá esto fue menos acusado en profesiones como la abogacía o la medicina pero, en el fondo, se mide el valor de sus profesionales por su posición económica o por sus relaciones sociales. En el extremo, llegamos al desprecio tradicional por la ciencia, cristalizado por el "que investiguen ellos", de Unamuno.
En realidad, aunque indignado, y a la contra, el ensayo me ha hecho reflexionar, he debido juzgar qué afirmaciones de Ortega en esta obra me parecían acertadas, arbitrarias o erróneas, y me ha hecho buscar otras referencias para asentar mi propio criterio o aceptar el del filósofo. En este sentido, "España Invertebrada", uno de los pocos libros que he leído más de una vez, ha sido una buena lectura para mí. Otra cosa es el sabor de boca que me ha dejado.

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